Creencias morales

En nuestra vida diaria nos encontramos en situaciones que calificamos de «morales». Cuando nos referimos a ellas lo que queremos decir es que son momentos en los que, en unas específicas circunstancias, debemos juzgar lo que ocurre. Cuando nos dicen, por ejemplo, «Juan ha robado una cartera», a continuación caemos en la cuenta de que robar no está bien, y juzgamos el acto de Juan (robar una cartera) como un acto moralmente malo. En este caso, la frase «Juan ha robado una cartera» se nos presenta como una creencia moral, ya que no nos detenemos en el simple hecho o la ocurrencia del robo como algo que se ha dado sin más. Al calificar el acto de Juan lo hemos convertido en una creencia moral. Ésta, puede generar en nosotros una certeza clara de que es verdad por la evidencia que tenemos.

Hay muchas clases de creencias morales. Éstas no se refieren simplemente a actos específicos, sino también a creencias más generales. Por ejemplo, la creencia más general de «robar está mal» que seguramente nos sirvió para juzgar el acto de Juan, también es una creencia moral. El hecho de que una creencia moral sea tan general hace simplemente que no sea posible llevarla utilizarla hasta que encontremos una situación como la de Juan.

Puede darse el caso de que hayamos visto con nuestros propios ojos el robo cometido por Juan. Si es así, entonces, claramente es un hecho corroborado que Juan robó la cartera. Pero para poder tener una certeza no es necesario que hayamos visto ese delito con nuestros propios ojos. Si sólo pudiéramos juzgar como verdadero aquello que se presenta con evidencia empírica contrastable (con nuestros propios sentidos), no sería posible progresar en el conocimiento de nada en esta vida. Por ejemplo, la Astronomía como ciencia sería obsoleta si, debido a una desconfianza en los astrónomos, pensáramos que tenemos que volver calcular las trayectorias de la Tierra y el Sol para saber cuál está realmente en el centro del sistema solar. No sería posible progresar en una ciencia como esa, y esto simplemente porque no  confiamos en las personas que han especificado sus principios, evidencias, y conclusiones. Para tener una creencia profundamente asentada, como que la Tierra gira alrededor del Sol, nos basta muchas veces que (a) la creencia esté fundada en el testimonio y la autoridad de otro, o (b) que se nos presente cierta evidencia que podamos contrastar con nuestros conocimientos pasados. Profundicemos un poco en esta idea volviendo a nuestro ejemplo de Juan.

En el caso que una persona en la que confiamos mucho nos dice que «Juan ha robado una cartera», podría suceder que, aunque pasemos por un momento de incredulidad, finalmente aceptemos lo ocurrido. En este caso, después de haber superado el momento de incredulidad, hay un asentimiento firme ante una creencia, es decir, estamos ante un estado de la mente llamado certeza. Aquí, en este punto, podemos decir que la creencia sirve a un asentimiento de la persona, con certeza pero sin evidencia, basado en el testimonio y la autoridad de otro. Esto no significa que la la certeza se convierta automáticamente en verdad por el hecho de aceptarla. La certeza que poseemos sobre lo ocurrido («Juan ha robado una cartera») puede ser falsa, y la verdad depende de que Juan realmente haya robado esa cartera.

El momento de incredulidad es importante para la explicación de las creencias morales. Que por un momento hayamos desviado nuestra atención de la idea de que «Juan ha robado una cartera» indica que la formación y aceptación de las creencias no es un proceso en el que simplemente actúe el intelecto, sino también la voluntad, e incluso las pasiones. Podría darse el caso que nos mantengamos en ese estado de incredulidad ante la idea de que Juan sea un ladrón, o que dudemos de esa información puesto que nos parece que no corresponde con la experiencia que tenemos de tratar con Juan todos los días. Finalmente, pude ocurrir que nos inclinemos ante la opinión de que Juan no haya robado la cartera, temiendo que sea cierto que sí haya cometido el robo. Todos estos son estados de nuestra mente ante la creencia moral, que pueden llegar a configurar nuestra capacidad de juzgar y de tomar decisiones. De hecho, son nuestras creencias ciertas, dudosas u opinables las que nos inclinan a realizar determinadas acciones de tal forma que pueden tener consecuencias morales importantes para nuestra vida. Cuando una de esas creencias se convierte en la razón por la que hemos realizado una acción, entonces decimos que esa creencia es una motivo de nuestra acción. Un ejemplo para aclarar esta última idea.

Si como consecuencia de tener la certeza de que Juan ha robado una cartera decidimos dirigirnos a él con resolución e increparle que debe devolver lo robado, entonces podemos decir que el motivo de tomar la decisión de hablar con Juan es que devuelva la cartera. Los motivos tienen varios niveles, pero no vamos a profundizar en esto ahora. Basta de momento decir que sirven como motivos «querer que Juan se corrija», «el bien de Juan», «el bien de la persona que sufrió el robo», etc. Por ahora, con estas ideas nos basta para seguir con la explicación sobre qué son las creencias morales y cómo se forman en nosotros, que es el tema principal de estas líneas.

Para que se configure una creencia en nuestra mente no es necesario, tal como hemos visto, que hayamos tenido experiencia directa del hecho a que se refiere esa creencia. La creencia se puede fundar en el testimonio de otra persona, como es el caso de las experiencias transmitidas por nuestros padres, profesores, los medios de comunicación, etc. Pero también podemos llegar a esa certeza por medio del razonamiento de la evidencia, o del mismo testimonio, a partir de nuestras experiencias pasadas. Ambas formas no son independientes y en la vida ordinaria se entremezclan en un proceso de la racionalidad práctica en el que interviene no sólo la razón y el intelecto, sino también la voluntad.

La creencias morales no poseen un simple componente cognitivo o intelectivo, o funcionan exclusivamente bajo los parámetros de una racionalidad que evoluciona calculando. Para que las creencias morales sean aceptadas y formen parte de nosotros el asentimiento debe estar motivado por la voluntad pues, como hemos visto, la inteligencia puede llegar a no disponer de evidencia. Además, las creencias morales intervienen en cada paso del proceso de la racionalidad práctica. Ésta, para avanzar en su deliberación requiere el asentimiento de la voluntad, y por tanto, sin ella, las creencias morales no podrían formar parte de nuestras decisiones.

 

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