Podemos definir la duda como la vacilación o inestabilidad de la mente ante dos creencias contradictorias, que lleva a la persona a abstenerse de juzgar y asentir ante una de ellas. Por ello, lo más característico de la duda es que consiste en la abstención del juicio de verdad, no por ignorancia, sino porque ambos extremos parecen falsos (duda negativa) o ambos verdaderos (duda positiva), siendo así que es imposible que dos creencias contradictorias tengan el mismo valor de verdad. Por tanto, la duda es un estado de la mente respecto de la verdad de una creencia, pues el que duda sabe que la verdad existe y que su creencia es susceptible de ser evaluada como verdadera o falsa. Sin embargo, no puede distinguir la creencia verdadera de la creencia falsa con la que cometería un error. La persona que duda sabe que una, entre dos creencias contradictorias, es verdadera, pero no sabe cuál. Un ejemplo nos ayudará a observar su diferencia con la certeza.
Juan observa por la ventana de su piso y advierte que el cielo de Pamplona está cubierto de nubes. Su experiencia del día anterior es que llovió, a pesar de que su aplicación del móvil le decía que no iba a llover. Él confió en la aplicación y terminó empapado. Juan está a punto de tomar el paraguas cuando recuerda que en Pamplona, muchas veces, parece que lloverá pero luego no ocurre así. Ante esto, Juan indaga por el ordenador para saber cuál será el estado del tiempo. Esta vez no lo hace a través de la aplicación sino de una página de Internet diferente que le recomendó un amigo, el cual le dijo que la página es infalible. Ésta indica que, aunque el cielo de Pamplona estará cubierto de nubes, hoy no lloverá. Juan duda sobre si debe tomar el paraguas.
Hay dos creencias contradictorias que le producen la duda. La primera es «hoy lloverá» producida por su propia experiencia vivida (las nubes en el cielo y el dato falso de que no lloverá ofrecido por la aplicación de su móvil ayer, que trajo como consecuencia que se empapara bajo la lluvia), y la evidencia que se presenta (hoy el cielo está lleno de nubes). La segunda creencia es «hoy no lloverá» producida por la nueva la evidencia (la que ofrece la página de internet que ha sido aconsejada como infalible por su amigo), y su propia experiencia vivida en días pasados (nubes sobre Pamplona, pero sin lluvia). Hasta que Juan no salga de la duda, no podrá poseer una certeza sobre la verdad de ambas creencias, pero eso no garantiza que su certeza sea verdadera. Sólo lo podrá comprobar una vez que el día haya terminado. Si tiene la certeza de que «hoy lloverá», y por tanto decide salir con el paraguas, pero a los pocos minutos sale un sol radiante, podremos concluir que su certeza era falsa.
Hoy está extendida la opinión de que la duda es una actitud positiva, propia del sabio, de la persona con capacidad crítica, que en principio desconfía de todo y de sí mismo; la certeza, en cambio, implicaría cierta ingenuidad o incluso intolerancia. Se afirma que un cierto escepticismo es necesario y conveniente, tanto para llegar a la verdad como para convivir y respetar a los demás. Pero la duda es siempre un estado provisional del que el hombre procura salir cuanto antes, pues actuar con conciencia dudosa nunca es legítimo ya que es exponerse a cometer graves errores. En el caso de Juan, como éste debe salir de casa, la duda no puede mantenerse y debe tomar la decisión de llevarse, o no, el paraguas. Por ello, la duda, aunque es una actitud teórica ante juicios que son contradictorios, en la vida práctica no puede ser sostenida por mucho tiempo. Si Juan se mantiene en la duda, y sale de casa sin el paraguas por no reflexionar adecuadamente sobre la verdad de las creencias «hoy lloverá» y «hoy no lloverá», podría cometer un error y terminar nuevamente empapado como ayer.
Sólo quien tenga una concepción elevada de la dignidad de la persona la respetará en todas las circunstancias. El escepticismo y el relativismo no llevan de suyo a valorar a la persona, sino que pueden conducir a relativizarla y, por tanto, a no respetarla. Es cierto que quien posee o cree poseer la verdad, puede sentirse superior y despreciar a los demás o tratar de imponer sus opiniones, pero en este caso su conducta no será consecuente con la verdad que dice poseer. Sin duda en otras épocas históricas se han cometido injusticias en nombre de los derechos de la verdad, pero hoy el peligro es más bien el contrario; en realidad quien está en la verdad debe saber que la persona está por encima de sus opiniones y, si es consecuente, respetará la libertad de las conciencias. El escepticismo, en cambio, lleva a relativizar todo, a aceptar que da igual una cosa que su contraria, y puede acabar en el desprecio de la vida humana o haciendo acepción de personas.
Aunque se trata de un problema moral que cada persona ha de resolver y vivir, es claro que la verdad no sólo no debe ser fuente de conflictos sino todo lo contrario: sólo con ella es posible hacer justicia a la realidad, tratar a cada cosa según su naturaleza y, por tanto, respetarla. Aunque sea cierto que a veces se han cometido crímenes en nombre de la verdad, también lo es que muchos han dado incluso la vida por defenderla frente a quienes querían imponer intereses personales aun a sabiendas de que eran falsos. El bien objetivo puede ser reconocido y aceptado por todos, dando lugar al fin de los conflictos. El subjetivo no [1].
[1]En el Gorgias de Platón se plantea ya este problema y se apunta la solución: «El nomos de la naturaleza sólo puede ser -según la manera de ver de Calicles, que se renueva en el siglo XVI- una variante del selfish system, resultado de un paralelogramo de fuerzas naturales. Frente a ello, Sócrates pone de relieve que hay un koinon agathon, un bien común, y no sólo como resultado de un compromiso, mientras las fuerzas se mantienen en la balanza, sino como interés específico del hombre racional: ‘el bien, cuando se revela, es común a todos’. El revelarse del bien común para todos significa: razón». Spaemann, R., Lo natural y lo racional, Rialp, Madrid, 1989, 141.