La opinión «significa el acto del entendimiento que se inclina por uno de los miembros de la contradicción con temor de que el otro sea verdadero»[1]. La opinión no es la certeza, por eso quien opina piensa que un extremo es más probable que el otro, pero lo hace sin fundarse en la evidencia. Esto no significa que la evidencia no cuente en absoluto, sino que ésta no es determinante para un asentimiento de la persona ante una creencia específica. Además, la opinión implica cierto temor a incurrir en el error, aunque no es suficiente para que la persona deje de asentir. Un ejemplo nos puede ayudar a aclarar la naturaleza de la opinión, y sus diferencias con la certeza y con la duda.
Observa la siguiente figura, ¿podrías decir si es un conejo o un pato?
Parece que no es sencillo determinar si el dibujo corresponde con un conejo o con un pato. De hecho, tal como lo formuló Wittgenstein, la figura está dispuesta de tal forma que no es posible descubrirlo. En este caso, y bajo ciertas circunstancias (como este caso en el que carece de importancia vital o práctica averiguar qué clase de animal es el de la figura), dudamos entre dos creencias contradictorias: «el animal de la figura es un pato» y «el animal de la figura es un conejo». Sin embargo, en este caso particular, no estamos ante una duda práctica y podemos tomar decisiones sin que algún aspecto de nuestra vida se vea realmente comprometido.
Ahora imaginemos algo que puede parecer absurdo pero que ilustrará bien lo que añade la opinión a la duda. Digamos que Juan se encuentra con nosotros mientras estamos observando la figura. Él lleva días tratando de conseguir dinero para comprar unos libros que necesita (se gastó lo que tenía sin prever esta compra tan importante). Al llegar, le digo a Juan que le apuesto 200 euros a que no puede averiguar qué clase de animal está dibujado. Por supuesto, Juan no sabe que el dibujo está hecho de tal modo que no hay solución. Inmediatamente Juan empieza a observar el dibujo y duda entre las creencias contradictorias antes mencionadas («el animal de la figura es un pato» y «el animal de la figura es un conejo»). Finalmente Juan pondera la evidencia y se inclina por la creencia de que «el animal de la figura es un pato», pero temiendo perder los 200 euros ante la posibilidad de que la respuesta correcta sea «el animal de la figura es un conejo». En este caso, Juan no tiene la certeza de su respuesta porque no está seguro de ella. Tiene una duda pero se inclina hacia una de las creencias con temor.
Si la opinión de Juan no se basa en la evidencia (o tal evidencia es insuficiente para alcanzar una certeza), ¿cuál es el fundamento de la opinión? Santo Tomás afirma que la causa del asentimiento, en este caso, es la voluntad [2]. No habiendo evidencia suficiente para inclinarse en un sentido, la voluntad debe intervenir añadiendo lo que falta para el asentimiento de la persona. Por tanto, el temor a incurrir en el error lleva a que este asentimiento ante una determinada creencia no sea considerado una certeza, sino una opinión.
Es propio de la opinión, por tanto, que el asentimiento no sea firme; aferrarse a las propias opiniones como si se tratara de verdades indiscutibles indica, pues, poco espíritu crítico, pero es un hecho posible e incluso frecuente, y la razón es que, como hemos visto, la opinión se apoya sobre una decisión voluntaria. Esta decisión puede derivar de los propios deseos o intereses, que pueden ser muy fuertes; por eso es importante no confundirlos con la realidad, ni tratar de imponerlos, adaptando la realidad a nuestros gustos. En definitiva se trata de no confundir una certeza basada en motivos objetivos -la evidencia- con la certeza subjetiva; como la verdad no se impone sino que se nos ofrece como un don, es necesario estar alerta para no convertir lo opinable en indudable.
[1] S. Th., I, q. 79, a. 9 ad 4.
[2] Cfr. S. Th., II-II, q. 1, a. 4.